¿Es
posible enseñar con valores y vivirlos en forma de virtudes? Fue la primera
pregunta que me he planteado a lo largo de mi carrera profesional como docente
¿Habrá acaso una forma de pensarlo y de
hacerlo que a todos deje satisfechos? A la fecha disciplinas filosóficas y por
supuesto la Biblia han sido la respuesta a las preguntas que planteo
anteriormente, pero el problema fundamental del ser y del no ser, de bien y del
mal, continúa siendo eje.
Aristóteles, que buscaba las
virtudes cardinales, al igual que tantas y tantas doctrinas religiosas, nos
hablaba de la necesidad de hallar el justo medio, el camino justo, el de la no
contradicción con la naturaleza ni con el espíritu. Tenemos en la literatura
incluyendo a las parábolas bíblicas, en este caso la del Hijo Pródigo e incluso
el Popol-Vuh, ese libro de los
antiguos mexicanos, que por cierto recuerdo con cariño como lo leía mi
profesora de Literatura, a quién (juraría) ni tiene idea que ella fue la
culpable de mi pasión por la lectura, en dónde narra hermosas travesías de
VIAJE y de héroes que domina el caos y salen victoriosos de su trayecto por la
vida.
Volviendo al tema que nos concierne
acerca de la parábola del Hijo Pródigo una vez más coincido con mi mente que
los hijos son mal agradecidos y el comportamiento del Padre de Leví es sin más
el comportamiento de los padres en general, o por lo menos, el que DEBERÍAN.
Ahora, que este ejemplo sea no muy lejano de la realidad como se podría
siquiera imaginar el comportamiento del docente en el aula cuando tenemos a
muchos Leví que se comportan solo con la idea de un viaje sin importar la
consecuencia.
Al aceptar hoy la responsabilidad de que Leví de cierta forma era el ejemplo claro
del HOMBRE abyecto y desalmado que solo es perdonado por el padre quién además no
se atreve a cuestionar las actitudes del hijo, me llena de terror pensar que
nunca podré conocer una persona tan generosa como éste.
Sin
duda Ricardo Peter hace un trabajo de acción formadora y un tanto de guía para
los pacientes que cargan con culpas, me parece que el esfuerzo es sumamente
formidable, catártico, sin embargo, tiene la extraña cualidad de resultar
sencillo y accesible para cualquier tipo de lector, cargue o no culpabilidad de
ser o no Leví o el hijo mayor.
Además
de la grandísima necesidad de querer ser esa persona generosa o por lo menos
ser Leví y emprender un viaje del cual pase lo que pase jamás harán preguntas y
te recibirán como si “literalmente” resucitaras.
¡Cuánto
necesitamos esto, de lograr el primer autodominio de perdonarlos y querer ser
“buenos” por convicción propia y no porque debe
ser así!
El
hombre tiene la gran necesidad de poder ser aceptado tal cual es, pero el deseo
es el aceite del motor de nuestros fracasos, desear cosas no es lo mejor, pues
no ha de ser el hombre a la medida de los deseos, sino los deseos a la medida
del hombre. El mero antojo de Leví por “conocer”, por “viajar” no es formativo,
sin embargo, este deseo acarrea sentimientos que igual el padre ni conocía en
este caso buenos, y malos en el hermano cuando fue tentado por las acciones del
hermano que hicieron cuestionar al padre y reprocharle. Todos los personajes se
exigen a sí mismos, se saben sujetos de deberes.
Itzel Zambrano Piedra
Docente Humanista