miércoles, 2 de octubre de 2013

La parábola del Hijo Pródigo. Ensayo

¿Es posible enseñar con valores y vivirlos en forma de virtudes? Fue la primera pregunta que me he planteado a lo largo de mi carrera profesional como docente ¿Habrá acaso una forma de pensarlo  y de hacerlo que a todos deje satisfechos? A la fecha disciplinas filosóficas y por supuesto la Biblia han sido la respuesta a las preguntas que planteo anteriormente, pero el problema fundamental del ser y del no ser, de bien y del mal, continúa siendo eje.
            Aristóteles, que buscaba las virtudes cardinales, al igual que tantas y tantas doctrinas religiosas, nos hablaba de la necesidad de hallar el justo medio, el camino justo, el de la no contradicción con la naturaleza ni con el espíritu. Tenemos en la literatura incluyendo a las parábolas bíblicas, en este caso la del Hijo Pródigo e incluso el Popol-Vuh, ese libro de los antiguos mexicanos, que por cierto recuerdo con cariño como lo leía mi profesora de Literatura, a quién (juraría) ni tiene idea que ella fue la culpable de mi pasión por la lectura, en dónde narra hermosas travesías de VIAJE y de héroes que domina el caos y salen victoriosos de su trayecto por la vida.
            Volviendo al tema que nos concierne acerca de la parábola del Hijo Pródigo una vez más coincido con mi mente que los hijos son mal agradecidos y el comportamiento del Padre de Leví es sin más el comportamiento de los padres en general, o por lo menos, el que DEBERÍAN. Ahora, que este ejemplo sea no muy lejano de la realidad como se podría siquiera imaginar el comportamiento del docente en el aula cuando tenemos a muchos Leví que se comportan solo con la idea de un viaje sin importar la consecuencia.
             Al aceptar hoy la responsabilidad de  que Leví de cierta forma era el ejemplo claro del HOMBRE abyecto y desalmado que solo es perdonado por el padre quién además no se atreve a cuestionar las actitudes del hijo, me llena de terror pensar que nunca podré conocer una persona tan generosa como éste.
Sin duda Ricardo Peter hace un trabajo de acción formadora y un tanto de guía para los pacientes que cargan con culpas, me parece que el esfuerzo es sumamente formidable, catártico, sin embargo, tiene la extraña cualidad de resultar sencillo y accesible para cualquier tipo de lector, cargue o no culpabilidad de ser o no Leví o el hijo mayor.
Además de la grandísima necesidad de querer ser esa persona generosa o por lo menos ser Leví y emprender un viaje del cual pase lo que pase jamás harán preguntas y te recibirán como si “literalmente” resucitaras.
¡Cuánto necesitamos esto, de lograr el primer autodominio de perdonarlos y querer ser “buenos” por convicción propia y no porque debe ser así!

El hombre tiene la gran necesidad de poder ser aceptado tal cual es, pero el deseo es el aceite del motor de nuestros fracasos, desear cosas no es lo mejor, pues no ha de ser el hombre a la medida de los deseos, sino los deseos a la medida del hombre. El mero antojo de Leví por “conocer”, por “viajar” no es formativo, sin embargo, este deseo acarrea sentimientos que igual el padre ni conocía en este caso buenos, y malos en el hermano cuando fue tentado por las acciones del hermano que hicieron cuestionar al padre y reprocharle. Todos los personajes se exigen a sí mismos, se saben sujetos de deberes. 

Itzel Zambrano Piedra
Docente Humanista

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